El que desprecia y trata de ridiculizar puntos de vista distintos al suyo, ¿qué espera obtener?
El que ataca o culpa desde una pretendida superioridad, ¿prefiere sentirse feliz o infeliz?
La respuesta es evidente. Detrás de despreciar, insultar, ridiculizar, culpar o atacar siempre hay un intento más o menos consciente de sentirnos mejor.
Pero no hace falta ser muy observador para darse cuenta de que esto nunca ha funcionado. Y es completamente lógico: ¿cómo el malestar, la tensión y la frustración generadas por la división y el enfrentamiento van a solucionarse con más división y enfrentamiento?
La sensación de satisfacción que uno parece obtener mediante este tipo de actitudes es terriblemente breve, solo nos deja exactamente donde estábamos y nos lleva a seguir haciendo más de lo mismo con los mismos resultados. Todos lo sabemos por experiencia.
La división y el prejuicio no se curan con más división y más prejuicios.
La persona que tienes delante supuestamente enfrentada a ti, en el “otro bando” de cualquier ideología, está buscando exactamente lo mismo que tú.
Y también cree que lo obtendrá si su opinión prevalece.
Pero cada vez que creemos que vamos a encontrar satisfacción o felicidad a través de “ganar” a alguien o de imponer algo, hemos olvidado qué es realmente lo que estamos buscando y dónde está.
Todos buscamos lo mismo. Todos somos iguales. Y todos sentimos frustración e insatisfacción porque seguimos buscando inútilmente la unidad y la plenitud en la diferencia y el enfrentamiento.
En lugar de seguir haciendo lo que tu condicionamiento te impone, es decir buscar o inventar diferencias y entrar en conflicto con ellas, quizás puedas ir ya directamente al grano, a lo que realmente anhelas. Quizás puedes ir a mirar ahí donde no hay diferencias, donde lo personal se diluye, donde tú, yo y cualquiera somos exactamente lo mismo. Y comprobar si desde ahí todavía tiene sentido enfrentarte a alguien para conseguir satisfacción, bienestar o felicidad.
Alfred
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