La oferta de nuevas zanahorias que perseguir y nuevos y mejores modos para hacerlo no para de crecer. Ya sabes, “las 3 claves para conseguir esto”, “los 7 hábitos para conseguir aquello” y un larguísimo etcétera.
La actividad del experto es básicamente perseguir su propia zanahoria mientras sostiene a la vez la de sus seguidores. El experto promete lo que él mismo está buscando, legitimado por la creencia de que está “más cerca” del imaginado sitio al que hay que llegar.
Te aseguro que conozco muy bien el juego. Aprendí a jugar muy joven y seguí jugando durante décadas, ya desde el principio sosteniendo y persiguiendo zanahorias. Las zanahorias van cambiando, pero el juego es siempre el mismo.
En este juego sin embargo no hay culpables: es una danza inocente en la que inadvertidamente participan seguidor y seguido, ambos actuando desde la mejor intención y apoyándose mutuamente.
Pero con el tiempo empieza a ser evidente que algo no encaja. Como le decía Marcelo a Hamlet, “Algo huele a podrido en Dinamarca”. Llega un punto en que has hecho ya todo tipo de terapias, has alineado todo lo alineable, te has constelado hasta las cejas, te has numerado, has hecho cartas, limpiezas, danzas tribales, regresiones, sanaciones… Y a pesar de que todo ello puede ser divertido e interesante hasta cierto punto, empiezas a darte cuenta de que esto no va acabar nunca, de que la zanahoria siempre está un poquito más adelante, “después de…”.
Es entonces cuando aparece la posibilidad de parar y cuestionar el propio juego. Examinar desde una nueva luz la búsqueda y el buscador y descubrir que, en el fondo, simpre fue éste el único propósito y valor del juego: agotarse a sí mismo y al jugador, para que surgiera otra posibilidad.
¿Resitencia? ¿Incomodidad? ¿Curiosidad? Perfecto, es buena señal. Esa es la dirección adecuada.
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